martes, 17 de agosto de 2010

“Phillip Morris, ¡te quiero!”: Amor mentiroso

“Phillip Morris, ¡te quiero!” se toma muy en serio su descripción de una felicidad construida desde el espejismo o el miedo a la decepción. Una película que desarma y deja al descubierto su músculo para la tragicomedia más seria.


“Phillip Morris, ¡te quiero!” viene marcada por la contradicción de su verismo. Un título nos advierte, en su inicio, de que lo que vamos a ver es una historia que realmente sucedió. A continuación, otro enfatiza que “realmente sucedió”. Nada llamativo en principio, si no fuera porque lo que sigue al anuncio es un imposible entramado de mentiras que se solapan hasta dinamitar la credulidad del espectador, un juego de espejos en el que pasajes increíbles son replicados con otros más increíbles si cabe, promoviendo una suerte de suspensión de la realidad en la que lo realmente increíble acaba siendo el título inicial que nos decía que todo era real.
Entendido como ese juego de espejos, la película de Glenn Ficarra y John Requa es un interesante esbozo de un tipo (Jim Carrey) capaz de emborronar su propia identidad desde la mentira patológica, o una válida reflexión de la forma en que esas mentiras pueden ser fruto o consecuencia de un amor incondicional. “Phillip Morris, ¡te quiero!” se toma muy en serio su descripción de una felicidad construida desde el espejismo o el miedo a la decepción: pese a un inicio que ofrece pistas falsas que apuntan a una recuperación del producto al servicio del histrión Carrey, pronto desarma y deja al descubierto su músculo para la tragicomedia más seria, una incluso capaz de mostrar sin tapujos las consecuencias últimas del SIDA (y paradójicamente, también dispuesta a utilizar sin escrúpulos la enfermedad como engranaje de su más descabellado giro).
Basada en una novela de Steve McVicker, todavía inacabada en el momento en que los realizadores tomaron primer contacto con el texto, este desconcertante romance gay quizá se entienda mejor como estado de ánimo cambiante y como espiral infinita en la que no pueden pretenderse demasiadas conclusiones. Steven (Jim Carrey) no aprende a dejar de mentir por amor, Phillip (Ewan McGregor) no aprende a dejar de amar al mentiroso, y es presumible que ambos iban a continuar así tanto como su historia se prolongara. La negativa a la evolución de ambos personajes no es, sin embargo, menoscabo de una cinta que más bien se empeña en asociar amor con ilusión, y en la que sus dos actores principales, más allá de lo llamativo del emparejamiento, quedan lejos de sus mejores versiones.

Calificación: 6/10

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