"La mejor película de la década", ha proclamado David Thomson en la revista Esquire, en la que ha añadido: "Una de las más espectacularmente originales películas americanas desde hace años". Peter Travers, desde Rolling Stone, ha sentenciado: "Es una gran película. Incluso el ruido del saurio gigante Godzilla y el profundo impacto de Armageddon no podrán hacer sombra a algo que es único e inolvidable".
Y hay más: "Una impactante sátira de proporciones orwellianas" (Hollywood Reporter), "Nominaciones al Oscar 98 aseguradas" (Fotogramas), "Asombrosamente rica, excitantemente provocativa y auténticamente visionaria" (Movieline), "Original y única. La película inteligente del verano" (Us Magazine), "Sorprendente. La primera película a considerar seriamente para los Oscar" (Entertainment Weekly).
El origen de todo este apasionamiento crítico tiene fecha: el pasado 5 de junio, día en que se estrenó en casi 2.000 cines de Estados Unidos una película del australiano Peter Weir, basada en el segundo guión del novel neozelandés Andrew Niccol y protagonizada por el cómico estadounidense Jim Carrey. Su título: The Truman Show.
Desde entonces, y hasta el día de hoy, tanto el éxito como el prestigio del filme no han cesado de crecer, un inesperado fenómeno proporcionalmente inverso a lo que suele ocurrir con las películas lanzadas en el verano norteamericano. Consideradas de antemano pop corn movies (películas ligeras para consumir comiendo palomitas), constituyen meros entretenimientos veraniegos sin contenido ni sustancia y dirigidos básicamente a un público muy joven o ávido de espectáculo vacuo y sensaciones fuertes.
¿Qué tiene esta película que concita tales apasionamientos, excelentes críticas, debates en televisión y hasta la inevitable demanda de plagio? Sigue leyendo este reporaje
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