jueves, 17 de mayo de 2007

JIM CARREY, INFANCIA, PAPELES PERDIDOS, ENFADOS...

Jim Carrey está furioso. Le tiene enfadado que Phone Booth, la película que iba a ser su próximo proyecto, ya no lo sea. También está tenso con los creadores de su último filme, los hermanos Farrelly, por hablar más de la cuenta sobre su vida personal, en especial de su romance con la coprotagonista de la cinta, Renée Zellweger. Además, el resultado de Yo, yo mismo e Irene, estrenada en España el viernes pasado, no está siendo tan grande como lo que se espera de una comedia de Carrey, cuyas risas suelen ser oro en taquilla.

Este actor canadiense de 38 años entra por la puerta del hotel Shutters by the beach, en Santa Mónica, para ser entrevistado, y su rostro no puede expresar otra cosa que calma y felicidad. Parece un maestro en el arte del zen, un hombre en paz consigo mismo, con su obra y profundamente enamorado (además de muy bien pagado). "Me imagino que es algo que nos pasa a todos los cómicos", explica nada más llegar, no en relación con el amor, la paz, ni el dinero, sino más bien con la dicotomía de su último personaje. Charlie es un agente de la policía que de tanto dar el paso de bueno a tonto ha desarrollado una forma de esquizofrenia llamada Hank que, por supuesto, también interpreta Carrey. "Me pareció un concepto tan bueno, dos entidades de uno mismo enamorándose de la misma persona. Es un terreno familiar para mí. Claro que tengo que ver mucho más con Charlie que con Hank, pero hasta cierto punto tengo algo de los dos", aclara.

Yo, yo mismo e Irene es el último ejemplo del desmadrado humor de Carrey, ese que le dio a conocer en Estados Unidos con el programa de televisión In living color, y que le convirtió en una estrella en Ace Ventura: detective de mascotas, filme al que siguieron otros éxitos como La máscara o Dos tontos muy tontos, donde llegaba a hablar con su propio trasero. "Claro que hay límites en el humor, por supuesto, y estoy seguro que me los he saltado todos, y además sin pasaporte", bromea. Los que aún no había violado los ha superado ahora con Yo, yo mismo e Irene, película que incluso ha recibido quejas de la asociación de los enfermos mentales. Teniendo en cuenta que Carrey siempre pide disculpas a sus compañeros de rodaje antes de interpretar cualquiera de sus salaces parodias, el humorista quiere dejar claro que es alguien sensible. "Lo que creo es que la gente debería reírse un poco más de ella misma", añade. "Creo que se deberían dar cuenta de que somos humanos. Todos tenemos errores, pecados y faltas".

Aunque todo suena fácil en los labios del humorista, las cosas no siempre han sido así. Son conocidos los problemas de Carrey durante su infancia, trabajando, al igual que sus hermanos, desde muy jóvenes para poder llegar a fin de mes, dadas las penurias de una familia que llegó a vivir en una tienda de campaña. Su éxito, a pesar de las apariencias, tampoco tuvo lugar de la noche a la mañana y hubo que pasar por numerosos clubes nocturnos y pequeños papeles sin importancia (en filmes como Peggy Sue se casó, o Las chicas de la tierra son fáciles) antes de triunfar. "Su problema es que cuando trabaja hace que todo parezca tan fácil, y es tan bueno, que es como si no le costara ningún esfuerzo", describió Zellweger. Es el mismo problema al que Carrey se ha enfrentado en su carrera cuando, en sus dos últimos filmes, El show de Truman y Man on the moon abandonó las aguas de la comedia para dedicarse a proyectos más serios. Su trabajo fue reconocido con dos Globos de Oro de la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood y con grandes alabanzas por parte de la crítica, tal vez asombrados por el cambio de registro. Sin embargo, sus compañeros de trabajo en la Academia de artes y ciencias cinematográficas, no sólo le negaron el Oscar, sino la posibilidad de aspirar a él. "Tampoco es que esperara que, después de haber hecho seis comedias salvajes me fueran a dar el mundo por dos obras dramáticas caídas del cielo", indica Carrey, que sin restar importancia a un premio que algún día le gustaría recibir, confiesa que su ausencia no le quita el sueño. "Claro que hay cosas que me enfadan", cuenta conectándose con la parte de Hank en su personaje. "Pero lo único que me ha vuelto loco en contra del universo y que me ha hecho gritarle a Dios es sentirme sólo o dolido, pero nunca un premio o un papel".

Carrey prefiere no entrar en detalles sobre sus preferencias en drama o comedia. "Me gusta sentirme como una pelota de goma, botando de un lado a otro", sonríe. Tampoco se explaya mucho en temas económicos. Hubo un momento en el que llegó a ser el actor mejor pagado de todos los tiempos. Admite: "He llegado a cobrar cantidades obscenas de dinero". A su estilo, Yo, yo mismo e Irene también se acabó convirtiendo en una forma de tortura que le hizo ganarse el sueldo, porque Carrey habrá dado pie a la carrera de salarios que se disparó en Hollywood cuando solicitó (y recibió) 20 millones de dólares -unos 3.500 millones de pesetas- por interpretar Loco a domicilio, pero suda cada uno de los centavos de su nómina. "Sigo la tradición de gente como Buster Keaton. El público quiere ver que tú eres el que haces toda esa comedia física que, además, no sería igual si la interpretara un especialista", explica. Su profesionalidad le costó una fractura de tobillo y múltiples magulladuras, pero el público puede estar seguro de que por muy absurda que sea la caída, es el culo de Carrey el que está detrás, sin ayuda de ordenadores.

No comenta sus asuntos amorosos más allá de describir a su nueva conquista como "una gema", y su relación como "dulce, al antiguo estilo". Tras sus dos matrimonios, primero con la actriz Melissa Womer, con la que tiene una hija de 12 años, y luego con Lauren Holly, su actitud hacia estos temas es mucho más cauta. Simplemente es feliz. "Tengo una vida estupenda, una hija hermosa, una novia maravillosa y hago lo que me gusta. Con todo esto, ¿quién necesita una estatuilla? Claro que si un día me dieran el Oscar, me encantaría".

A pesar de su fama, ha perdido varios papeles, desde el que interpretó Will Smith en Men in black hasta, hace poco, la posibilidad de trabajar con Woody Allen a las órdenes de los Farrelly. Ese proyecto, una comedia titulada Stuck on you, iba a unir a Carrey y Allen como hermanos siameses pero nunca pudo hacerse realidad. Pero contra el vicio de perder está la virtud de tener paciencia, algo que le ha enseñado el rodaje que acaba de concluir, The grinch, donde da vida a un retorcido personaje para el que ha necesitado el asesoramiento de un soldado experto en entrenamientos, para soportar la tortura.

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